Amor, corre, porque me estoy yendo.
Me muero de miedo al pensar que me puedes perder si sigues así.
Unos minutos bastan para que todo cambie; unas pocas horas, para que todo se acabe.
Ando sobre el filo de la navaja. Ahora todo depende de mi y no quiero tomar la decisión.
Eres mi vida pero ¿qué vida me ofreces? Vivir a escondidas, sin recibir ni un gesto, ni una mirada que traduzca algún sentimiento...
Me das tan poco que no puedo evitar dejarme llevar por quien, de pronto, me está ofreciendo tanto... o al menos me está enseñando que puedo aspirar a más
Amor, reacciona y hazme reaccionar porque voy sin frenos, y la soledad, el vacío interior, son malos compañeros de viaje.
Siento que no me consideras más que un simple instrumento de placer con el que jugar a tu antojo cada día; que lo que hemos ganado en confianza lo hemos perdido en respeto, llegando a convertir la intimidad en humillación.
Hemos llegado a ese punto de incomprensión que da el conocerse tanto.
Amor (si es que sigues siéndolo), me cansa esta historia pendular en la que a veces una caricia se convierte en una luz alrededor de la que construir la realidad soñada para poco después darme cuenta de que la emoción se perdió cuando conseguí llegar al fondo de tí.
Me rebelo ante la evidencia de que por fin somos lo que siempre debimos ser, una aventura, y que como las cosas no cambien, pronto dejaremos de ser hasta eso.
Corre, amor, corre. No me dejes escapar porque una nueva puerta se ha abierto ante mí.